CORAZÓN DE PIEDRA: La culpa por no sentir.




Sentir culpa por nuestra conducta facilita la vida en sociedad, mientras que sentir culpa por nuestras emociones, la dificulta. ¿Cómo evitamos culparnos por lo que sentimos... o por lo que no sentimos?


Sentir frío o calor no suele provocarnos culpas. Incluso si nos alejamos de lo que otros esperaban, podrán juzgarnos como exagerados, pero ni en las mentes ajenas ni en la propia cambiará por eso el lugar que ocupamos en el espacio reservado para las buenas personas.

En cambio, a menudo funcionamos de modo distinto con respecto a sentir -o no sentir- una emoción o un sentimiento.

Como sociedad, como cultura, como individuos... como sea, olvidamos que sentir alegría, miedo, celos, enojo, tristeza o amor -es decir, sentir una emoción-, es una experiencia tan natural e involuntaria como sentir hambre, frío o ganas de "ir al baño".

Las emociones y sus colegas más duraderos, los sentimientos, nos vienen al cuerpo, nos suceden, son parte de nuestra biología y de la forma en que estamos "armados" como especie. No tenemos ningún control sobre lo que sentimos: solo controlamos lo que hacemos al respecto (nuestra conducta).

Por ejemplo, cuando sucede algo que nos da rabia, no podemos decidir no sentir rabia, pero sí podemos decidir alejarnos, respirar profundamente, no golpear o no gritar. Podemos elegir no agredir. Por eso, si golpeamos a alguien al sentir rabia, más tarde reflexionamos y sentimos culpa. En un mundo ideal donde se entendiera a las emociones como lo que realmente son, debería venirnos esta culpa por el golpe que dimos, no por la rabia que sentimos. Pero tendemos a vivirlo al revés: nos culpamos por enojarnos, por sentir. A veces también nos culpamos por no sentir. O por no sentir lo "correcto" ¡Olvidamos que lo correcto es lo que hacemos, no lo que sentimos!

Cuando no sentimos algo, cuando no nos sucede lo que quisiéramos en el mundo de las emociones, a menudo llegamos rápidamente a la culpa, nos calificamos como fríos, insensibles, "corazón de piedra", y tratamos de forzar un sentimiento, incluso actuando como si lo tuviéramos. Pero esta conducta es semejante a comer o abrigarse a la fuerza: tarde o temprano acabamos enfermos. A menudo los trastornos ansiosos, la depresión y muchos problemas psicológicos que nos dañan y, a la vez, dañan a quienes están a nuestro alrededor, nacen de esta manera.

Una conciencia tranquila, en realidad, debería provenir de nuestros actos (de que sean honestos y amables, por ejemplo), incluso cuando no satisfacemos las necesidades emocionales de otros. Además, esos otros, aunque estén insatisfechos, difícilmente estarán deseando que nuestros afectos sean fingidos.

Pero, si no controlamos lo que sentimos, ¿cómo podremos dejar de sentir culpa?

Igual que podemos dejar de sentir miedo, rabia o alegría, para dejar un sentimiento de culpa tenemos dos opciones: bien dejamos de sentir la emoción cuando dejamos de estar expuestos al estímulo que la provoca (en la vida "real" o en nuestra mente) o bien cuando cambiamos nuestra percepción o entendimiento con respecto a ese estímulo.

Así sucede, por ejemplo, con el clásico miedo a los monstruos del clóset: para lograr que un niño muy pequeño supere este miedo, es necesario cerrar la puerta del clóset (evitar el estímulo), pero más tarde, cuando ya puede razonar mejor, llegará a entender que no hay monstruos en el clóset (si no los hay, claro) y así el clóset abierto dejará de darle miedo.

Entender las emociones, entonces, en su dimensión biológica, darwiniana, como parte de nuestra evolución y naturaleza, es la manera en que podemos superar (y tal vez erradicar) la culpa por sentir o no sentir, la culpa por los sentimientos. Así quedaremos libres para ocuparnos, en conciencia, de lo que hacemos a partir de ellos.

Luz María Del Valle
Master Teacher
Alba Emoting

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